viernes, 20 de marzo de 2009

Cheer`s bar

Aquí una historia mia... que os parece?



El avión sale a las 12:55. Estoy en el apestoso metro. La gente camina empujando, pisando el barro sobre los adoquines, respirando fuerte, sin mirar, caminando como poseídos por una fuerza que les impulsa a ninguna parte. Al fin, siempre.
Interrogantes, comas, versos de Ángel González, frases, pretérito pluscuamperfecto, dos por dos: diecisiete, un colibrí en el metro, la voz ronca de una mujer en el gramófono, una pintura verdegrís en los cristales, un tango, diez duros en el bolsillo. Siempre llego tarde; dos taconazos… y esto es Gloria. Los interrogantes de la eternidad. El metro, San Fernando, nueve de la mañana. Una comedia ligera. Siempre tarde…



Miau, mi gato, araña la puerta del dormitorio. Negro y astuto, el de Maestro y Margarita. Pan del día anterior con café aguado, sin azúcar, un chorro de leche. Estoy como un zombi; un día asqueroso. Camino desnudo sin rumbo fijo por la casa, las cortinas corridas, todo polvoriento; vasos, latas de cerveza y comida por todos sitios; la fiesta de anoche. Laura, Javier, Paolo, Luci, otros cuatro muchachos que vinieron a medianoche, Mario y Lole besándose en la cocina; las luces tenues, los porros, el vodka con zumo de tomate, ruidos en el patio interior… Susana. No me apetece recoger la mierda ahora.
Miro a Miau, desvía la mirada. Voy a la biblioteca. Se me parte la cabeza, los ojos hinchados, el gusto a tabaco y aliento de disculpas, mentira… Susana siempre es así, siempre; ya estoy acostumbrado.
La puerta está abierta, docenas de libros rotos en la alfombra turca, papeles manchados de whisky, borrones de letras de desechas obras maestras; más de diez mil volúmenes… menos mal que mi padre ya está muerto. Recojo una hoja, no se entiende una palabra, me siento en el sillón burdeos de la ventana, tarareo un tango de Carlos Cano, suave, muy bajito.
Suena el móvil, no sé donde está, busco en la mesa, no; en la estantería de Platón, tampoco; entre los papeles del suelo, suena más fuerte, pero no lo encuentro… entre los cojines del sofá, no… en la papelera… Lo cojo, “si” digo con cansancio “Hola nene. Antes de que digas nada, te explico… necesito huir, no puedo, quiero verte. Ahora me arrepiento, todo esto es una mierda…” “Dónde estás” pregunto “En el aeropuerto, en Barajas … Te espero.” Cuelgo el teléfono sin decir nada. Me apoyo en la pared, tiro el móvil al suelo. La carcasa rota. Volvemos a empezar. Así es Susana…
Día gris… resaca… aeropuerto… ella… Lole en la cocina… mentira… y yo un ricachón, un mediocre escritor forrado… qué letras… qué es eso de libros… ¡chorradas! Uno, dos, tres… memoria, de nuevo ella, y yo de nuevo entre sus trampas. Estúpido, idiota…

Camino hacia la cafetería donde solía esperarme antes. El aeropuerto desierto, dos azafatas que ya deberían jubilarse delante de mí; tacones bajos, piernas cortas, caderas anchas, moño…entre canas el pelo… esto no son azafatas. Una mancha verde, pelo rubio, ahí está, ella… En mi garganta un nudo, no sé qué decirle. Me paro en seco, por qué no regreso, pienso; que se vaya a un hotel, ya vendrá su arquitecto a buscarla. Dos segundos; me pesan los párpados. ¡Maldita fiesta! La veo mirando el reloj. “Llevas mucho tiempo esperando” pregunto con voz ronca, débil. Se gira rápidamente, sorprendida. Se arroja a mis brazos, me besa en la boca…


…Me la tiro y luego que se largue.


Dos francesas en minifalda, tres copas de Martini, un asiento vacío. Yo solo, ella ya se largó hace cuatro horas, al Sol Meliá. Llamó a la arpía de Adela y quedó con ella en Guadalajara mañana, ya que como ella dijo, ese capullo (o sea, yo) no ha cambiado en absoluto. Suelo frecuentar este bar desde que era un niño; el tío Nando solía traerme aquí, pedirme unos churros con un chocolate que no me gustaba y hablar con ese tipo raro que para entonces no era nadie, ese bohemio que se sentaba en la última mesa de atrás; ese A.G., que un par de años después se convertiría en uno de los poetas más importantes del momento, aunque no por mucho tiempo. No era muy bueno.
Las francesas me miran, sonrío, me entristezco; llamo al camarero, le digo que les ponga unas copas de mi parte, aunque todavía tienen los Martini… me levanto, dejo un billete en la mesa, ellas me miran; él vuelve, mesa completa. Aquí, yo sobro.
Voy a dar un paseo por la calle Odonnell. Cuando llego ya es muy tarde, pero está abarrotada, me gusta ese bullicio de gente aburrida que sale a la calle en buscar de algo que se inventan. Luces de tristeza y sombras bailan tangos en el gris asfalto, escaparates viejos, caras manchadas de dolor en las aceras, caras que me miran. Una escama de años en los ojos, inmortal. Sigo caminando sin rumbo fijo, sin pensar en nada, todo corre como un verso mal escrito, deprisa. Pienso en ella, en el Meliá, en el arquitecto… Odonnell, un poco más de media noche.

Me pierdo en las calles de Madrid, camino sin pensar, sin mirar. Los esqueléticos arboles me rodean, los bancos, los perros que padecen insomnio, el aire apestoso, los ronquidos de los mendigos; todo sombras. Una calle que conozco, olvidada, una calle de mi infancia.
Cheer`s bar. Un cartel gris al fondo de una calle estrecha, entre edificios derruidos por el olvido. He estado aquí, pienso, con Nando tal vez… Decido entrar para tomarme una copa. La puerta cruje. Ocupo una mesa pequeña en una esquina, el sitio no es agradable, paredes desnudas, olor a humedad y aceite quemado. No es de los sitios que suelo frecuentar. Se acerca el camarero. “un whisky, por favor” El lugar está vacío, solo hay una encorvada sombra sentada frente a la puerta de los baños. Una pluma (montblanc) en mano, unas cuartillas en la mesa y su perfil que veo a contra luz, por culpa de los faroles, me recuerda a alguien conocido. Un fantasma viejo que ronda mi mente. Versos… minifaldas francesas, pies largos… azafatas viejas… una imagen en mi mente, y su nombre A.G. ¡Si, ya recuerdo, es él! ¡El viejo amigo de Nando, el poeta…! No puedo creérmelo, aún está vivo este vejestorio… El camarero me trae el whisky y lo deja en la mesa sin cuidado, el vaso está sucio, una hormiga borracha flota en el líquido. Dejo el vaso. Decido irme, ya es tarde. Me levanto y sin querer rozo el vaso que cae al suelo y se hace añicos, el liquido se derrama, la hormiga sale corriendo; el camarero repara en ello y pone los ojos en blanco, el viejo se gira y observa extrañado, me mira… veo que piensa algo… me reconoce, sonríe; yo me quedo mirándolo atónito, parece tener una edad descomunal, pero sé que es él. No lo saludo. Pago la bebida y la copa rota, me voy. Ha pasado un día. Han pasado mil años. Noventa inviernos en un solo rostro… A.G. el poeta olvidado.


Me despierto, resacado, se me estalla la cabeza… ¡maldita fiesta! He soñado con los hijos de los vecinos, con los trillizos; estaban ciegos, los rostros mutilados, las extremidades colgando como rotas… pero en cambio jugaban a bádminton. Cada vez que uno de ellos le daba al volante (no sé cómo), lanzaba un grito para prevenir al otro, entonces el siguiente corría y daba un nuevo golpe lanzando de nuevo el grito y, así constantemente. Yo, los observaba desde arriba, volando. Me rodeaban pájaros negros que picaron mi paracaídas provocando así mi caída sobre las ramas de un árbol, sintiendo un dolor intenso, yo gritaba… luego me desperté. Una pesadilla. Resacado.
Bajo y abro la puerta, cojo en el porche el periódico, 12 de enero del 2008. Me dirijo a la cocina; pan del día anterior con café amargo, un chorro de leche. No percibo el sabor de nada. Abro el periódico por la última página… paso un par de ellas… de pronto veo un nombre conocido, una breve columna, imperceptible: El poeta Ángel González, moría con ochenta y tres años en su residencia, la pasada madrugada. Después de una vida ejemplar (aunque menos reconocida de lo que merecía) este artista nos abandonaba dejando en todos un gran vacío, pero sin dejar de recordarnos que su espíritu, su voz y sus pensamientos siempre estarían vivos mientras un libros suyo se abriera para ser leído.
No me lo podía creer, ese viejo sonriente y decepcionado, carente de inspiración, al que yo había visto diez días antes en Cheer, estaba muerto. Me dio mucha lástima esa noticia. Arranqué la página del periódico y la arrugué tirándola a la basura. Con la muerte de ese hombre, algo desconocido se ha desprendido de mi ser… algo de todos esos miles de recuerdos, perdidos en la memoria, algo de incalculable valor.
Me visto y salgo a la calle, hace un tiempo extraño. Pienso en Susana. El ruido de una risa, familiar, femenina, me llega detrás de mi… me giro con las esperanza de nosequé… pienso que es ella… observo a la chica que se ríe, hablando por teléfono; nos miramos por un instante, se parece a alguien, a Susana no. La observo callado y quieto en medio del paseo de El Prado… la mujer se ríe escandalosamente y esa risa, molesta, imperfecta, desacorde con su cuerpo y su glamur, me da vida, la sigo observando y veo que se le cae, deslizándose, suave, por la seda de la blusa, como por voluntad propia, una cadenita con un anillo infantil. Me acerco y la cojo, la sostengo en mis manos y entonces entiendo……… Corro para alcanzar a la muchacha, que ya no habla por teléfono y cruza la calle a prisa, la alcanzo ya en el otro lado, y rozo suavemente su codo preguntando “esto es suyo, verdad” la mujer mira extrañada la palma abierta de mi mano y ve la cadena, de pronto se toca el cuello, el pecho… y al no encontrar nada sonríe sorprendida, agradecida “pero… como…como usted… supo…que… la…” “tranquila, vi como se le caía, cójala” un silencio inquieto, el momento previo al flechazo, sombras de nubes en los tejados de Madrid, un gramófono ronco, una sombra, sonrisas, nosotros, ella, yo… pareados que susurran de su muerta boca ternura inconcebida, un fado, lindo. “Quiere tomarse una copa” pregunta, “Sí, claro” respuesta… entonces reparo en el lugar en el que me encuentro, al lado de un bar que se llama New Cheer………… entramos en él y, he aquí un momento nuevo, una eternidad en un segundo, el día en la noche, todo; la noche en el día, eterna… y somos un cuadro verdegrís en los vidrios oscuros de la vida.



Dimas P.
17.03.09

domingo, 15 de marzo de 2009

Muero de a poco.

He descubierto gracias a un antiguo profesor a esta gran poeta Claribel Alegría
Me encanta su forma de escribir tan breve, clara y directa...

Muero de a poco, amor
no es la muerte sorpresa
que deseaba
la que libera
y lanza
es la otra
la lenta
la que corta en pedazos
de estocadas
y de perfil se escurre.

sábado, 14 de marzo de 2009

La cárcel de tus dedos

o Veo en el corazón de sus palmas
palpitar extrañas
casi liquidas,
oscuras…
aquellas alas
en un cuerpo
que se desdibuja triste,
sin darse cuenta
que así
su vida apaga en un verso de sueños
que se oculta.


o Su memoria entre las blancas casas.

Una casa nube
sobre la campana suspendida.

En los viejos adoquines
el corazón que nadie mira.

Zumba el silencio
entre las moscas de verano,
una lágrima cae
entre las ruinas de la iglesia.

Ruidos de campanas rotas
y de sueño.