lunes, 28 de diciembre de 2009

Castigo



Me arrepiento
por no querer arrepentirme,
en mí todos los que han sido yo
han muerto.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Treponema Palidum





















FASE 1:

El cuerpo descansa,
roja en la piedra,
su desnudez acostumbrada.
Silencios,
de ces retorcidos.
Un rojo pañuelo
empapado sobre la cabeza del desnudo
enseña su curva crucificada
en éxtasis
sobre el ático de la Gran Vía.

FASE 2:

Dieciocho botellas de plástico
tiradas en el infierno de los adoquines,
chorros de falso semen;
babosas pegadas a mis dedos.
Flacas tortugas de esparto
arrastrándose sobre el semiplástico líquido
del vacío cuerpo.

Terminal

Mujeres deshuesadas
colgando de los faroles de cera,
trapos de carne
que adoran con lengua aspera
la torre de su entrepierna.

Su sombra se crucifica
una vez quemado.

Salvación o mentira...
inyectando mis voces.

Y todos no somos nadie.
Dime:...
quién se ha encontrado??



miércoles, 23 de diciembre de 2009

Si el hombre pudiera decir

Uno de los pocos poemas en el que un hombre a podido trasmitir tantas sentimientos y verdades juntas... un poema que a mi personalmente me ha cambiado. Disfrútenlo.

Kseniya Simonava

Cuando cada grano de arena cuanta... cuando la verdadera magia esta en la nada... cuando el sentimiento mas profundo nace de uno mismo... cuando el niño que llevas dentro vuelve...

El sueño del caracol

Este corto es realmente bueno... espero que os sirva de inspiración.


Miró
a través de la eterna
transparencia de la piedra,
mis ojos
que ya se habían cansado de buscarla.

Ultimas



Subió la rampa
buscando el ventanal.

El ala del ave negra
batía sus sombras
sobre el hilo de la historia.

El último paso
lo detuvo al borde del precipicio.
El rostro alegre y tostado de Albert
apareció ante sus ojos.
La voz interior del mortal que había sido
calló.

Rodeó la tierra,
la esfera insomne
que llenaba el espacio.
Miró el destruido firmamento bajo sus pies,
la torturada bola azul
en la que nos habíamos borrado;
y sabiendo que el astro había estallado
completado ya su ciclo,
se dejó arrastrar
por la fuerza
de inmenso vacío que sentía
y en el que estaba.

martes, 22 de diciembre de 2009

Itaka





Los dos azules






Nunca fue un chico normal, Inés me lo había advertido.
Él era su propio mundo, se pasaba las horas mirándose en un espejo de mano, repasando con el dedo anular los rasgos de su rostro, impropios para alguien de su edad; demasiado femeninos, demasiado misteriosos. Como si los sueños de los pintores franceses se reencarnasen en aquel cuerpo que se adoraba, iba descubriéndose en el espejo como en el agua de Narciso, él que nos adivinaba a cada pensamiento que salía de nuestras bocas. Él que perdió su nombre entre las páginas del primer año de filosofía y mis versos…

Dijo que le agradaba el contacto frió y áspero de las piedras del claustro cuando me lo encontré tumbado a última hora. Al principio no reparé en él, su pelo rubio y ondulado, su piel blanca, su ropa color asfalto se confundía con el pavimento y las palomas que lo rodeaban; cuando él atrajo mi atención y lo miré, olvidé para qué y a dónde me dirigía y me percaté de lo surrealista que era aquella escena. Me acerqué. Cogí la bolsa con las migas de pan, e hice ademán de sentarme. “Acuéstate” me dijo antes de que pudiese tomar asiento, como si ya hubiésemos hablado durante horas, “de aquí se ve todo, los cuatro ángulos de la vida…” dijo señalando el cuadrado que las paredes del claustro dibujaban sobre el cielo azul de mayo, “…somos el rostro canino plasmado sobre dos azules…” fruncí el ceño, cosa de la cual, al parecer, se percató “… el azul claustrofóbico, el azul color sangre que nos atrapa en esta isla, el azul de media noche que no permite refugio en el sueño…” me quedé helado al oír esas palabras; cómo era posible volver a oírlas esta vez en boca de un adolescente que las reproducía idénticas, escalofriantes, al igual que yo, pero veinte años después. “el otro azul es más profundo, más lejano, mas infantil, un azul de libertad, como si fuese una pantalla, la verdadera y gran pantalla que lo revela todo, en cuya tela se ruedan las películas reales que nadie se ha molestado en ver nunca.” finalizó diciendo. Luego me cogió la bolsa de migas que yo agarraba con fuerza y sacó un puñado de ellas. Ahora las palomas nos rodearon a los dos.
Me quedé mirando el cuadrado inmóvil, frágil y eterno del cielo; el cielo cuyo color daba nombre a la ciudad, el segundo azul, ahí donde miraba su reflejo de sombra que se mezclaba y volvía a surgir como si del espejo de mano se tratase, color laguna, El Cielo, color cielo, La Laguna, La Guna… en el rostro canino, plasmado en dos cielos, en dos nadas, en veinte años que ya daban aviso de su retorno mortal e imperdonable. Agua y H2O y algo mas que no recuerdo………

Yo: Profesor de literatura después de haberme muerto en la vida.
Él: Descubridor del color y ángulo que causa muerte.
Yo: insomne testigo de dos muertes en veinte años
Él: el tercer condenado de mi testimonio.
Yo: el atrapado en la sombra de la más pequeña y grande de las siete islas.
Él : el buscador de rasgos propios, ajenos, animados e inanimados en el cielo.
Yo: último oyente de la verdadera razón que nunca he dicho
Él : el único amigo de las palomas del claustro
Yo: lo encontré mañana, confundido ya entre piedra y pico de palomas
Él: el que intentó volar por la ventana de la biblioteca
Yo: el que escribí los dos azules en las hojas que tenía en su mano
Él: el dueño de la sangre que empapó mis dos azules

Esos dos azules que me han escrito, los que han encontrado, sobre la sangre azul del cautiverio, la libertad del claustro y la amistad asfáltica de las palomas. Tercer guión sangriento de caída tilde en el claustro.
O2,H2O, CH4.

el novio de la muerte




Un día más la elegante rebeldía de los intelectuales se respiraba en el Café Central. Las mesitas redondas de estructura delicada, como todos los días, lucían sus almidonados manteles de lino sobre los cuales reposaban los objetos más diversos; en una de ellas, algo más grande que las demás, apartada en un rincón, se encontraban sentados dos jóvenes un poco taciturnos, vestidos propiamente para una noche de viernes, ambos con los pies cruzados, perdidos en algún rincón de sus mentes, imaginando, creando algo que ni los censuradores más experimentados del país pudiesen imaginar.
Uno de ellos, ligeramente más feo que el otro, con pelo oscuro y pronunciadas entradas, ojos pequeños y astutos, labios finos y nariz chata, escribía con rapidez algo en una hoja doblada por la mitad, de rato en rato se paraba y miraba a su acompañante que por el contrario lucía una melena más bien rubia peinada hacia atrás, que acompañada de sus ojos desorbitados de un marrón con destellos amarillentos, su nariz larga, su boca carnosa, sobre la cual se elevaba un bigote cuyos extremos se enrollaban formando dos círculos casi perfectos, le daban la pinta de un verdadero loco. Y efectivamente así se comprobó con el paso de los años, que aquel joven llamado Salvador, el cual se convertiría en una de las figuras más pintorescas de la España de siglo XX y que todos conocerían por su apellido y las extravagancias de sus pinturas, sería (sin intención de exagerar) uno de los locos más geniales de la historia.
El pequeño bar fue llenándose de rostros por todos conocidos, nombres como el de Gerardo D. el elegante Luis o aquel futuro marinero en tierra, de pronto llenaron el ambiente. Cuando el viejo piano dio la última nota y la voz de la Xirgú se quebró en un final ligeramente desafinado, como el ruido que produce una copa de cristal bohemio al romperse, escalofriante pero bello, la voz del joven que minutos antes estaba escribiendo a toda prisa, surgió como el tañido de miles de campanas entre rostros absortos que dirigieron la mirada hacia él. De pronto el bar se transformo en una fragua de la sierra granadina, la enorme araña que alumbraba el local cobró aspecto de luna con polizón de luz eléctrica, y el poeta que segundos antes había comenzado a leer, ya no lo era, ahora era un niño frágil que jugaba a muerte con la luna, entre notas dispersas de piano y romances de zumayas y martinetes, ahora el poeta que todos conocían por Federico, era el niño que velaba la fragua, era el novio de la muerte.

Uvo-ivo






Volver,
regresar,
esconderse,
huir,
recordar,
sentir,
sentirlo lamentarse,
desaparecer…
buscar…

Postales.
Cuatro duros flotando:
una foto
y ella inmortal
se busca,
observa,
no se ve
y en cambio es la perfección.

Yo soñando,
Buscándome.

La verdad
todo es tinieblas.

Un cristal,
un mosaico de emociones…
La playa,
flores, una tarde
oscura que se hunde,
violetas,
volver,
verse
revivir
las uves de la vida,
ver la viva en uvo ivo;
Evoras,
Evas.

Capitabujarromática

















En la copa
nocturnofantasmagórica,
profundofierodesplántica,
insomnolunatacónica
y gelegoucrasemántica;
su rostro alatinógeno,
mi mano romasdistálica,
su pelo metamorfóico,
mis besos despiertaimágenes.

He visto emborrachándome
su cara Cristoicónica,
sus ojos gratificantes,
mis pies rotosanguíneos,
sobre ideas poco románticas.

Las sábanas verde botánicas,
los versos rotritrimétricos,
el fondo cavahermético
del alcohol de mis lágrimas.

Pensamientos burbujoeternoascendentes,
preguntas de poca importancia,
mesita tras una palmera:
Dickens, coca-cola y un cava…

Inventos antipoéticos
zapatos reconfortantes,
la foto sin rostros visibles,
los dedos medio asfálticos.

Un ole con ole y ole,
un deje de humo gitano,
una bramlina un poco molesta,
y el tan esperado apretón de manos.

La “cena” verlairimbautica,
la atracción mudo sinética,
la innombrable poética
dichosa, que tendrá en sus manos.

Y más jotonigeica ,
chaqueta genialmente patética,
rubores de bares sin rumbo
con seres de burrotocrásia.

Josemaría franciscoairámica,
carmecapitabujarromática,
tarimofléxia zapateótica
alegría palmocaótica, desesperante.

Llovizna de conga cubana,
cruelmente inspiradora,
inalcanzable a tres centímetros de distancia,
suspendida sobre la bola,
que lo siento, no está ahora.

Un rato de patosiméria,
otro de taxisacojotefloreinfectante
y uno con hondos suspiros (cansado)
y el otro (zapatos en mano)con fieros desplantes .

Y no, no hablaré del final,
tan tristemente decepcionante,
la jotanigéica añorada
dolchetobosocervántica,

El golpe del hombro sangólfico
en la calle josebellogalvánica,
dos delfines de hielo en wiskonsi,
no derretidos, Joaquín, separados!

Les boîtes jaunes



Ritmo de algún verso. Día gris, sol gris, rostro sumido en voces bajo la sombra del porche. Calle sucia. Dos millones cuatrocientos cincuenta y siete adoquines embarrados y apestosos de la calle General Franco. Bares. Panadería alemana con olor a pan recién horneado. La vieja del “cortao” leche y leche de todos los días: mismo vestido, mismo rostro, un día menos de vida, la vieja... a pequeños sorbos.
Tarareo tanguillos, con hambre, inventándome las letras. Borrones sobre los ladrillos del edificio de enfrente. Un ruidoso piano de los años treinta, un cabaret, una puta vieja, un maricón negro bajo el refugio del telón manchado de “arte” y él (al que recuerdo ahora) que me entristece.

Entonces solamente era yo, no habían conseguido estropearme; mi rostro aun me correspondía y me identificaba. Era invierno. Yo, sin un maldito duro.
El espectáculo comenzaba a eso de las siete y veinte. Guitarras templadas, voces rotas, resacadas. Algún que otro golpe valiente en la destartalada tarima. Gritos, bullicio. El maricón negro hacía de eunuco furioso, defendía a la puta, por esa noche convertida en princesa, pobre puta... Él se enamoraba de una maceta de claveles (uno de ellos marchito, la idiota de Concha se había olvidado regarlos).
Silencio, el descanso, los supuestos artistas engullendo ron en los camerinos llenos de ratas maquilladas. Otra vez el piano (esta vez bajito) pero que parecía ruidoso a la hora de la siesta y el copa y copa del personal. “¡Cállate Ramón, coño!” gritaba la puta ya borracha, sombrero en mano, abanico roto. El negro emplumado bailando por una cabeza con Toñín el del ballet me provocaba una extraña sensación.
Era tarde, yo esperando, cansado por mi primer día de trabajo, escoba, paño, fregona y demás cachivaches en mano, para limpiar, para dejar todo perfecto. El chico de la limpieza, y punto.
La ronca voz de la andaluza comenzaba el final. Al fin comenzaba, esa andaluza que tan bien me caía, la única con dos dedos de frente.

“¡Enamorarse de una maseta de claveles, ridículo!” exclamaba yo después de la obra. “tal vez si fuera una planta carnívora capaz y todo, creíble... pero claveles... y con lo feos que son...y él con lo perfecto que es: el bailarín sin nombre, portugués o algo así, no, espera, no, creo que español...bueno en fin qué más da... el bailarín” y sin atreverme a pronunciarlo pensé: “mi bailarín”.

Como todos los días Pavel comenzaba con la viola, Gardelito con su típico redoble y luego la andaluza, ronca embriagadora; La puta entraba como haciéndose la normal y le salía bien y todo. El negro, trayéndole el té (cosas de maricas).
Media hora de espectáculo asqueroso por la rendija de una tabla suelta, en el lateral derecho del cuartucho de la limpieza, en lo más alto del teatro, para verlo a él solamente. Me habría gustado ser entonces un clavel entre sus manos. “¡Mierda!” pero que solo me sentía por aquel entonces. “¡Pero mírate, si se te cae el plumero! Estas celoso, reprimido, triste…” me decía a mi mismo murmurando rabioso “¡Pero si se te cae el plumero...! que va... ¿el negro? No, no, no... peor aún, si, un buen rato.”
Inocente, que más se podía esperar de uno a los quince años, enamoradizo, crédulo, fantasioso, autor de poemas mediocres y cursis a la hora de la siesta, soñador de claveles en boca, pajaritos en la cabeza (en ocasiones pajarracos). ¡Escobas, polvo, agua gris, lejía...! ¡Ese es tu destino! Me hubiera gustado que me dijeran, pero no, a los quince años, nunca hay nadie para recordad esas cosas tan simples, eso viene después.


Limpiar, barrer, frotar, con cuidado “Ojo, que lo rompes” “¡Eh! Tú, pásame la chaqueta del coronel” “¡Pero bueno, niño. Este espejo está sucio!” “...eso es, limpia, limpia, que por eso se te paga” “Chaval, corre tráeme eso” “¡Eres imbécil o que te pasa, en qué demonios estas pensando” Las típicas ordenes, insultos, broncas, del trabajo. Pero aparte de eso todo iba viento en popa, el espectáculo marchaba genial (para lo maro que era) todos terminaban desbaratados en los camerinos pero, nadie se negaba a una copita pos-espectáculo. Mi trabajo era limpiar, pero una de las ventajas era el tiempo que tenia para pensar, escuchar, observar y también (como ocurrió más adelante) enamorarme.
Trajes sudados sobre las sillas, olor a pólvora, luces fuera, música fuera, el silencio absoluto, noche cerrada sobre el telón, las estrellas de borrachera en calle Tinto-La Pampa. El chico de la limpieza, la hora...un ruido.

Salí del viejo teatro, un par de insomnes coches sobre la carretera, perdidos en quien sabe qué historias. Otro ruido semejante. Rodeé los contenedores de basura de la esquina de la calle, gatos, otro ruido más, olor a sombras, a pólvora reciente, a apagadas luces, a amante, a negro, la noche. Mire escudriñando la oscuridad, sí, era él, con el negro entre sus brazos acogedores, sobre un buzón de correos, las camisas desabrochadas, suspiros, sensaciones; despacio como entretejiendo el uno al otro. Pánico...no, dolor...no, coraje... envidia... una alegría amarga y creadora de esperanzas. Susurros, más ruido, labios rozándose, dos cuerpos en contraste amándose sobre el buzón amarillo, páginas de mi vida ambulante, tristeza sobre tristeza anestesiándome; de pronto una necesidad incontenible: esconderme, rápido, esconderme...
Me escondí rápidamente detrás de la esquina, espiando a ratos una relación oscura que me airaba, escuchando, perdido ya el control entre ellos, las voces divertidas, los dedos susurrándose ternura solo intuida; por mi rostro lágrimas, envidia, más envidia, mi primera ilusión ya quebrada, mi primer hombre con mayúscula, mi primer engaño... cambios, sobre la acera, calle del Teatro Viejo. Y heme roto. Cambios. Mi rostro borrado. Buzones amarillos.

Bulevar Thomas


Estaba perdido en la penumbra del bulevar de la avenida Thomas. Era viernes, diez de la noche.
Tenía dos horas para merodear por las calles antes de que saliera el último tren hacia el aeropuerto. Las noches cerradas como esa, me gustaban. Iba con paso lento, tropezando por la irregular acera pestilente; todo daba vueltas a mí alrededor, oía voces, y esa pesadilla que despertaba de noche en la vieja y civilizada ciudad, se parecía a mi vida. Una gran mentira. Una actuación de títeres poseídos.
A medida que avanzaba lento por aquel gris desfiladero de bloques y cemento, los esqueletos de las enormes edificaciones me aprisionaban; de los siniestros portales salían mujeres que protagonizaban sus vidas tan solo por temor a encontrarse con algo peor si morían. Salían de noche, eran solo la sombra de lo que es una vida, se vendían para empobrecerse, y llenas de odio e impotencia se iban consumiendo para morir en una habitación de algún hotel abandonado. Una de ellas me miró, señalando luego la puerta de un burdel más. Desvié la mirada.

Desde el día de nuestra boda, supe con absoluta certeza que la dejaría. Siete meses después, así lo hice. Le pedí a Margerit, la secretaria, que me buscara un pasaje de ida a Paris, que me reservara una mesa en el restaurante de Cedric y que no me esperara hasta pasados unos meses. Chantal se encargó de todo lo de la empresa, ella sería la única que sabría algo de mí en mi ausencia; solo ella, porque era la única amante a la que no pude abandonar. Tenía unos veinticinco años más que yo, y era ya una señora; obesa, de pies cortitos y cara de lechuza. Me adoraba… decía que le recordaba a su hijo.

El vuelo salía a las dos y treintaisiete. Yo soñaba con estar en París, ir a un pequeño bar que descubrí hacía años en uno de mis habituales merodeos por las calles olvidadas de la ciudad, en el cual se respiraba un aire a otros tiempos, donde intelectuales y arruinados maricones, iban para tomarse el café más barato que pudieran servirles y recordar. Solía escribir en ese bar, sentarme frente a una sucia ventana, mirar la puerta de un garaje y soñar………….
Mientras pensaba en ello caminaba por la parte final del bulevar, donde personas de oscuros sombreros y abrigos otoñales se cruzaban en mi camino, sus caras no decían nada, eran la gente silenciosa, inexpresiva, fría, yo los llamaba los espectros del bulevar Thomas. Había algunas cafeterías en las cuales brillaban tenues luces que me reconfortaban, me sentía liberado; como recuperando de nuevo el control de mi vida. Imágenes de Lucía iban desapareciendo de mis recuerdos y, se escribían páginas nuevas, a toda velocidad, (trescientas páginas por segundo), de una vida nueva y triste, al borde de un precipicio. Había un susurro de hojas secas alrededor, de manchas de tinta en un folio, olor a libro nuevo y a idea fresca, me parecía que vivía uno de esos sueños que garabateaba a veces, y bautizaba como una de mis obras maestras. Me sentía como si fuera protagonista de una novela real, y todo cambiara de repente, como si el mundo parase y cogiese otro desvío, porque a mí me daba la gana, como si una voz, (la de Lila Down) envolviera el bulevar de leyenda… como si fuera el primer día de mi existencia (ese último) y todo callase a mi paso, sin verme… sintiéndome. Pero de pronto entre las sombras, una luz, una cara inocente de rasgos infantiles, un vestido rojo bajo un gris abrigo.
Cuando me acerqué no miró, tuve que pararme frente a ella y “qué hora es” preguntarle, para que comprendiera lo que quería. Eran las diez y cuarenta de la noche de aquel primer día (el último).
Subimos una escalera de caracol. El lugar estaba desierto, solo una nota de violín desafinaba oxidada a lo lejos, la voz tenor de algún muerto… le cogí la mano. Sentí que se estremecía. La habitación olía a mirra y colonia polaca; la cama perfectamente hecha, sabanas nuevas, un armario (vacío, supuse) en un rincón, un abochornante olor a semen y bragas de puta (si es que las putas llevan bragas), creo que… las sábanas, no son nuevas, pensé finalmente.
Le cogí la frágil muñeca y tiré suave y despacio hacia mí. Rehuyó mi mirada, estaba nerviosa… ¿virgen? pensé, ¿un mal día?...en fin, que mas me da a mí, razoné. Ella tenía unos diecisiete años o poco menos, su piel tostada, pelo rubio… recordaba una cerveza (…era hermosa y rubia como la cerveza…en su brazo tatuado un corazón…; una copla.) tenía unos ojos verdes aceitunados, labios finos, pechos pequeños y un colibrí entre ellos que latía nervioso. No pensaba tener relaciones con ella esa noche, pero tampoco le dije nada, ella tomando la iniciativa comenzó a desnudarse, curiosamente de espaldas a mí, ¿provocación?... ¿vergüenza?... la observe detenidamente. Era una niña. En uno de sus muslos tenía tatuada una mariposa verde, que casi se fundía con su piel, tenía unas curvas suaves e infantiles, unas piernas delgadas y la cintura más bien estrecha. “Ven, siéntate aquí” le dije poniendo una mano en la cama. Se acercó menos temerosa al oír mi voz cansada. Me desnudé.
Ella esperaba que le dijera algo. Me senté en el borde de la cama, me estallé los nudillos de los dedos de las manos y cerré los ojos; me rodeó el olor a semen en la almohada, a pechos de mujer en la mesita de noche, a besos en el armario vacío, a ruidos de placer en los vidrios de las ventanas, a traje sucio a la mañana siguiente, a puro, a coñac barato, a colonia polaca, a bragas de puta… todo giró una vez más, por milésima vez en aquellas escasas horas que habían pasado desde mi marcha.

Abrí los ojos. Nos miramos. Moví la cabeza de forma negativa, sonriendo. Ella se extrañó… Silencio incomodo. Alguien de nosotros dos encendió un viejo ventilador aunque hacia bastante frío. Ella por primera vez liberó un sonido de su boca y me preguntó la hora. Solté una carcajada sin poder contenerme. “Es medianoche”.
Nos tumbamos los dos a escasos centímetros uno del otro, sin rozarnos, en la enorme cama donde tantos otros se habían acostado, de muchas formas, para hacer una sola cosa. Pero estoy seguro que nadie lo había hecho para hablar, para pensar en algo, o para llorar simplemente de repugnancia o celos; precisamente a eso fui yo allí. “me gusta como se mueve” le dije, observando la raída tela de la cortina que se movía suavemente por culpa del aire que se colaba por el balcón, “cuando era niño, en casa, teníamos una enorme terraza, en la puerta de la cual había también una cortina parecida, y se movía como si quisiera huir volando…así, igual.” ella me observó silenciosa pensando en algo. “Es mi segunda noche… y aún soy virgen” levanté las cejas “ayer Molly me ofreció trabajar aquí y yo acepté; por la noche un ricachón árabe, de unos sesenta años vino… pero tuvo, en fin, ya sabe usted, que no se le…” aclaró la chica con vergüenza, yo me estallé de la risa “pues tendrás que soportar tu virginidad un día más, nena” dije mirándome las uñas, “es usted escritor verdad” preguntó la niña, la miré interrogativo, “ es que mi padre también lo era, así que os reconozco rápidamente” Yo no soy un escritor, pensé, soy un poseído, un manipulado, una sombra de tinta y letras que nadie reconoce ni entiende, y tu menos, niñita…“Mi padre era J.H. Herder” el corazón me dio un vuelco “Pobre diablo, fue un imbécil” dije con tristeza; fue uno de los que conocí en la editorial, al publicar mi tercer libro… realmente era un discapacitado en cuando a las letras, un loco, alcohólico, muerto de hambre y con siete chiquillos de equipaje. “Tu padre no era un escritor…” le dije.
Pasó media hora.
Había perdido el tren.
No iría a Paris, al menos esa noche no.

Le tomé la mano y le miré la palma abierta, cubierta de escarcha, de diminutas rayitas, como un cristal quebrado. Le di un beso. Otro. Le acaricié la mejilla y se sonrojó, la tranquilicé. Le di un beso en la boca y ya no pude parar. Hicimos el amor como todos aquellos que ocuparon esa cama, (rompí mi promesa) la poseí con rabia, con fuerza, ternura, venganza… miré sus ojos como dos galaxias en plena formación, sus suaves gemidos en los que se mezclaba dolor y placer, besé sus labios finos, rosados, los mordí hasta que unas gotas de sangre afloraron a la superficie, y en el momento del éxtasis, cuando nuestros cuerpos (tan diferentes) se fundieron, la miré a los ojos con mirada de cariño, y sus pupilas puras y plenas se abrieron, en el momento en el que mi cuerpo desprendía una parte de mí para ofrecérselo a ella, con el propósito de crear vida… aunque esta nunca llegara a existir.
El engaño.

La niña tirada en la cama, ojos abiertos, los minúsculos dedos enlazados entre los míos, la cara triste, la cabeza en mi hombro corroído, ya viejo para sus lágrimas. Tenía (y aun tengo) la facultad o el inconveniente de perder la noción del tiempo, de irme a algún sitio desconocido, por eso no puedo decir cuánto tiempo pasó hasta que me separé de ella en esa cama compartida por medio Nueva York y comencé a vestirme, deprisa. Ella debería estar pensando (o tal vez no, por su corta experiencia) que soy como todos, mojo, me relajo, un cigarrito y good bay bayby. Seguramente haya tenido razón. Dejé dos billetes de doscientos dólares en la mesita de noche, con aroma de pecho de mujer y otros dos en el bolsillo de su abrigo sin que ella se diera cuenta. La miré, pensando, intentando recordar su cara triste quitándose un mechón de pelo de la boca, “adiós, dale saludos a tu madre” “mi madre está muerta, pero se los daré”…
El cielo iba clareando y ofreciendo un confuso color pardo en los túneles de firmamento que los rascacielos me permitían ver. Algunos locales iban comenzando su funcionamiento, salía un intenso olor a pan de un local en la esquina de una callejuela, busqué mi teléfono, no estaba. Maldita sea. Me acerqué a una cabina, metí unos centavos, intenté recordar… 6…27…45…28…4…3… el número de Chantal… el particular sonido de espera… esperé… alguien cogió…
Fui a una cafetería de la quinta avenida, con la ropa del día anterior, con olor a sexo en el cuerpo, a despecho en el alma, a canción de desamor, la quinta avenida, café americano, debería estar en París ahora, mirando el Arco del Triunfo, a los franceses, los turistas… maldita niñita… Chantal dijo que vendría alrededor de las nueve, yo ya llevaba un par de americanos, un par de horas. Ocho menos cuarto, ocho, ocho con diez minutos y tres segundos y yo pensando en París; ocho y veinte, volvía de Europa y pensaba en la mujer que abandoné aquí… que se joda, pienso. No tengo remedio… Ocho y media, medio suspiro, recordé sus ojos en pleno orgasmo, no hay mejor sensación que mirar a tu pareja a los ojos en ese momento, aunque sea una puta, una puta virgen. Nueve menos cuarto, una conglomeración de personas a través del vidrio, trajes negros, parecía una mentira de Hollywood que yo me creí, una peli de las nuestras. Nueve y un minuto, comencé a desesperarme, nueve y tres minutos, la puerta del bar se abrió, una vieja enjoyada con su marido medio muerto, nueve y cinco, yo con la cara apoyada en los nudillos de los dedos miraba la taza vacía, un golpe en el cristal, la cara de reproche de Chantal, un gesto de dateprisatio, relajatequeyaestasdenuevocomounamoto, vengadejatederoyos, yavoycoño!, salí del bar, nos miramos. Ni una palabra. Me senté en el coche, ibamos a su casa. “Qué te ha pasado…” “una niñita del bulevar Thomas” de nuevo cara de reproche, de enfado “estas celosa” pregunté sonriente “No” dijo casi en un grito “Cuánto hace que no follas” pregunté; silencio. Una curva en la carretera, un letrero, la ciudad esquelética en el cristal, gastada. Mañana me voy a París, con la putita, pensé, espero encontrarla. Sí, la encontraré en el bulevar Thomas, me dije, nadie desaparece así como así de ahí, ya les gustaría a muchos. “Sácame dos billetes para mañana a París, a primera hora”. Me miró con ojos tristes, rendida; arrugas, años… dos lágrimas de soledad mojaron su blusa de seda malva. Yo pensaba en la niña.
Los esqueletos grises en el horizonte.
Y toda una obra de títeres poseídos.
Punto.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El octavo silencio

Haberse escrito
en silencios octavos de la lengua
es sufuciente.
Decir que en si la "de"
ya es de-masiado,
que son absurdas
las invensiones mudas
que han inventado
las olas del saludo,
los trazos mismos de ies invertidas.

Y es igual lo que se enseñe de la vida,
el rompedor aullido de la nada
sigue siempre
escombro del vacio.

No me han dejado contar
esta grafía doble
de des y haches
que siempre se dan la espalda.

Es sorprendente ver
que una parte de tí
ha estado muda,
en cambio ahí,
contándose el universo a solas.

pre-posiciones

Las lentes caen al mojado suelo.
Él, sigue mirándose por primera vez.

Ha pasado solo un minuto
a ver si estaba un amigo;
pero...-Adios,
el nombre ya no está en el espejo
donde a/ante/bajo/con su aliento hablaba...

No le apetece,
y yo, ya entiendo
el cristal de manos
sobre la rota lente.

Faltas

Faltan diez minutos
para que sea mañana,
faltan dos colillas en el cenicero,
falta el olor a pecho
que se eleva suavemente
a tu lado.
Faltan las seis piernas,
tres y tres a cada lado;
falta el raro gusto del borracho beso,
falta el despertador de madrugada
que se olvido de sonar y falta
el marco de aquel cuadro
que se rompió en la escalera.
Faltan los pros y contras
de ayer a noche,
falta el humo del sexo en alcohol,
falta la sombra
que cada vez es menos sombra,
falta lo que nunca ha faltado
y hoy faltó.
Falta la falda volando en las fotos
blancas y negras de Merylin Monroe,
falta el porche
que un viejo aparca frente a mi casa,
falta porque el viejo
hace dos minutos que murió.
Faltan los compaces
2x4 de aquel pasodoble,
falta el sonido de tu acordeón;
faltas de todos, faltas de nadie...
faldas, escotes, medias...
que este niño alguna vez miró.
Y ahora falta que diga
lo que nunca me falta:
tu viejo aliento helado
sobre mi corazón.

La Vieja

No quiso vestirse más
de aquel color,
para ella
el azul había muerto.

Todo se escondía
tras sus viejos párpados.
Su desdentada mandíbula
y sus secos labios
no consiguieron recordar sus besas
aquella mañana,
ni el dolor
de los siete partos estériles
que había matado sus vidas.

Y aqella noche,
que ya alguien había llamado plateada...
subió a la silla de la despensa
vio palpitar el astro sin nombre
que siempre la había perseguido;
no oyo nada
aunque quiso oir el silencio...
Se entregó a él, como si todo fuese entonces
la muerte
que tanto había buscado.