martes, 6 de abril de 2010

Buenas Noches LUNA

Buenas noches Luna dijo Fran al salir del antiguo porche veneciano. La voz de la noche, se escuchaba entre los puentecillos el rumor de guiris y niños recién nacidos chillando en los carritos. Él volvió a saludar con voz queda aquel menudo y negro aparato que tenía pegado a la oreja. Avanzó por el laberinto de calles escuchando un parloteo suave, una queja constante que lo llamaba en la voz dulce de la muchacha. Luna…
Lo estaban esperando en el bar de siempre Pietro Mónica y Richard. Pietro era de Madrid, le gustaban los gatos y fumar en pipa. Mónica era lesbiana virgen, 34 años, rara rara. Richard era un francés de los del molino rojo, nostálgico y juguetón, era Richard, el violinista. Entró con el teléfono aún pegado a la oreja, los ojos en blanco y una medio sonrisa medio mueca dibujada en el rostro; un gesto que a Mónica indicaba disgusto, a Richard alegría y a Pietro indiferencia. Luego te llamo, fue la frase que puso fin a la conversación. Las miradas de los cuatro amigos se cruzaron preguntándose mil cosas, buscando respuestas a preguntas rutinarias y ocultas, esas preguntas que no dejaban de hacerse el uno al otro y en cambio no se atrevían a responder. Cómo está, ha mejorado, preguntó el madrileño sacándose la pipa un breve instante de la boca; espero que la hayan atendido bien, ese hospital es el mejor para casos tan delicados. Sí, sí… creo que está mejor, estaba con su madre, le ha pedido que le dejase llamarme, contra las advertencias del doctor Viagielli… la verdad que eso es lo que tiene el amor de madre… Y tu cómo la has notado, cómo la has oído, qué te ha dicho… preguntó Mónica con su particular tono interrogatorio y su inquietud de siempre. Dice que está bien, que volverá a casa en unas semanas, que está viendo por la tele aquel programa de humor que tanto le gustaba, que está feliz de que esté su madre ahí, de oírme… en general la he oído recuperada, hasta me sentí esperanzado. Pero ya sabes que esas cosas tardan Fran, debes esperar, esto lleva su tiempo, además ha tenido un shock emocional muy fuerte, un intento de suicidio no es algo que se supera en dos días, además… antes que el violinista terminase de hablar con su particular tonito acatarrado; sí, lo sé, sé que el problema ya viene de antes, afirmó Francisco.
Salieron del bar cuando la madre abandonó la estancia de Luna. Las estrellas espiaban por los agujeros de aquel terciopelo nocturno del domingo. Los cuatro amigos se dirigieron al teatro, a ver la Traviata. Ella se levantó no sin dificultad y se dirigió al balcón que después de varios intentos consiguió abrir. El acomodador les señaló los sitios, 12, 13, 14 y 15 de la cuarta fila, en la platea. Luna respiró los aromas dormidos del jardín. Fran se sentó rozando con los dedos el terciopelo violeta del asiento. Luna se miró las manos aún llenas de moratones y rasguños. Fran sonrió a Richard que se acababa de sentar a su lado. La luna iluminó aquel destruido rostro de la otra Luna. La anciana que estaba sentada a la izquierda de Fran observó aquella extraña escena de miradas cómplices y manos en la búsqueda de algo que no fue capaz de imaginar. Ella pensó cual debería ser, esta vez sí que sí, su último pensamiento. Richard disfrazó su triunfo con consuelo, el guante de la venganza estaba puesto. No podía perder más el tiempo, su último pensamiento debía ser él, su primer y último amante, su amor imperecedero, su sueño… Fran sintió como los violines, los celos y la voz cristalina arrancaba un poco más de él… Su mundo todo, aquel que la había vuelto loca, su mejor amigo, el violinista, el mejor amigo de su marido…Richard deslizó sus dedos por el terciopelo que aún retenía las huellas dactilares de su Alfredo Germont… Debía dejarlo, debía abandonarlos a todos, ella era el problema y lo sabía, además Richard le ocultaba algo… Fran no se inmutó, creyó que eran fantasías suyas, ya le había pasado otras veces… Nadie vio caer la luna aquella noche, todo permaneció quieto y rodeado de sombras en el antiguo jardín del hospital, las Violetas de Germont lloraban sangre, la victoria estaba servida… Deslizó sus dedos por el oscuro pantalón de pana y sus suspiros lo traicionaron, Fran ya se había dado cuenta hacía rato que no se lo imaginaba, Richard lo miró a los ojos, serio, titubeante, tembloroso, atemorizado… La luna se ocultó dejando el cadáver hasta la mañana siguiente descansar en paz… Sonaron las primeras notas de Brindisi, la mano siguió sin moverse su curso, deseosa. Mónica y Pier estaban tarareando suavemente la famosa melodía, cuando vieron que sus dos amigos se devoraban entre las sombras de aquel antiguo teatro, brindando por la muerte de la Luna.



">