viernes, 17 de agosto de 2012










Ella reía con un cigarro entre los labios,
se burlaba de su actitud infantil,
de todos esos desvaríos,
le dijo que su voz destruía toda esa belleza dormida,
esa languidez suave y eterna recién inhalada,
que esos celos resultaban patéticos después de cientos de años.



- Todo había comenzado como de costumbre,
las discusiones eran frecuentes
dijo él cuando le preguntaron-



Hacía calor.
Ella cantaba cosas olvidadas,
exhalaba el humo como trozos de alma,
oía gritos confusos,
nieblas y Moiras que aleteaban a su alrededor
y sacudían el bosque con furiosos gemidos,
mientras el viento arrastraba la falda de hojas secas
de un lado a otro de aquel claro.



- Estábamos drogados,
no recuerdo bien...
pero creo que ella me pidió que paráramos
en nuestro parque...
Sí, sí, solíamos discutir,
pero nunca pensé que acabaría...
No, no,
sí,
yo sí que la quería...
pero es que estábamos
tan...
tan...
tan...
bajó bruscamente la mirada, consternado,
cuando volvieron a preguntarle. -



Ella sintió solo la falta de aire,
una garra débil hundiéndose en la garganta,
el humo que no encuentra salida y quema,
las hojas secas como lluvia ascendente y roja.


Cuando ella cayó al suelo,
el humo se derramó con la saliva en la tierra seca.

El coche arrancaba en el preciso instante
en el que la primera hoja comenzaba a arder al entrar en contacto
con el cigarro casi consumido.



- Finalmente, él afirmó que no podían meterlo en la cárcel,
que debía ser un accidente, una confución,
él no podía matarla,
era una diosa.
Y en cuanto a lo otro... al fin y al cabo
él era el dios del fuego.-

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