domingo, 28 de octubre de 2012

Del día después





Después del cigarro y el café
vuelvo a mirar por la ventana,
a describir la soledad, la mudez y el desorden
de las habitaciones
de la que nunca será mi casa.
Busco entre los papeles
-con mirada que procuro creerme seria e imperturbable-
aquel recibo donde garabateé tu número,
el color de tus ojos,
las notas en las que pude -muy por encima-
resumir el escalofrío de tus susurros.

Recuerdo los ladrillos de fuera
y la moqueta del rellano manchada de sangre,
todas aquellas siluetas
entre la bruma de las copas
y como las cosas entonces tenían un sentido...

Y aunque las palabras fueron confusas
nunca fueron más ciertas las miradas...

Todo ello girando en torno al color de esos ojos olvidados,
todo en torno a un número perdido,
todo en una noche que me bebo
y no acabo nunca
de encontrarte en mis garabatos
entre los papeles de mi cuarto
y los papeles de la pantalla,
y los papeles, que perdidos,
esconden los fantasmas
de los cuerpos decapitados de David y Venus
mientras observan la silenciosa
sombra de tus pasos,
detrás de mi,
por el pasillo.
                                                                                                                           

                                                                        (Para G.V.A., por enseñarme a estar contigo)



Tú me enseñaste a vagar por la ciudad a solas,
a temblar de miedo,
tú me enseñaste a beber a solas,
a descubrir el consuelo en la destrucción del tiempo.
Tú me enseñaste a sentir el palpitar de los ríos helados bajo tu piel dormida,
tú me enseñaste a buscar el placer a solas
a imaginar tus manos en mi tortura,
tú me enseñaste a sobrevivir a solas,
a encontrar peces de hambre en la oscuridad de tus pupilas,
tú me enseñaste a olvidar lo que desgastan las olas,
lo que los años no perdonan,
lo que ninguna cárcel ha logrado...
Tú me enseñaste a estar contigo
a solas.

martes, 16 de octubre de 2012

Rituales cotidianos (1)






Mear tiene algo de espera,
algo de esa espera enfermiza de cuando llegan los amigos.
Mear tiene algo de  rumor espumoso que mancha las tazas de los waters
y por consiguiente las barras de los bares,
y anega las gasolineras de olores viajeros,
y nos recuerda que uno ha sido niño y a penas se la encontraba.

Mear tiene gusto a suspenso, a itinerario perdido,
a noches en burbujas de canabis, 
tiene un hilo elástico de relación podrida,
de arena renal mezclada con esperma…
Mear es el paraíso de las seis de la mañana.
Mear recuerda eso de esculpirle de amarillo el corazón a una madre.

Mear si fumas atrae nubes grises al cuarto de baño,
invita a sentarte y descubrir secretos a la sucia boca del trono.

Mear invita a escuchar a los vecinos,
a imaginar que eres el agua que recorre la espalda de aquel que está al otro lado del tabique,
me temo que mear es una limpieza de lo sagrado
- ni dioses ni demonios mean, ni beben, ni lloran, ni se corren, ni se desangran- 

Nuestro baños
- ya sabéis que cuando escribo de verdad siempre escribo sobre hombres-
están diseñados para que el chorro juegue a hacer burbujas en el charco,
todos los que tengan amigos con buena puntería
habrán oído ruidos animales- tipo camello o toro- salir en cascada del retrete.

Mear sin duda tiene ese típico dorado
pero a veces anuncia complicaciones o preludios a la muerte (con manchas rojas)
piedras en el riñón o transplantes (con gritos e insultos)
y en esas ocasiones el color no se aprecia por las manchas y estrellas que causa el daño en la vista.

El charco de meada en la boca del water 
es un espectáculo humillante que cualquier persona decente mira
(independientemente de la adicción a la lluvia dorada).

Mear meando la meada
es sacarse tibias miradas de los ojos,
y sonreír sin que te vea nadie
y en ocasiones ahorrar agua y evitar ruidos.