lunes, 17 de septiembre de 2012

Carta


Hubo una canción que has olvidado,

gritos de niños hambrientos tras la puerta,

hubo funerales que siempre negaste y a los que jamás fuiste,

en fin…

un gran montaje barato que te empeñaste en llamar vida.


Allá por los noventa te envolvía una cascada de labios rotos cayendo en las copas,

teléfonos descolgados,

peleas con saxofonistas,

una señora sin pechos que no paraba de aferrarse a tus hijos,

rumor de cartas de poker y navajas.

Te perseguía una nostalgia musical

y una depresión post-soviética

que ni los veteranos de guerra - como la abuela- lograban explicarse.

Por los noventa, recuerdo que te codeabas con pastores protestantes,

sus mujeres putas y ateas

y te ibas a Odesa en busca de complicaciones

a humillar mujeres

y enseñar sueños de botella y puño a dos chavales que compartían cama.


Pero al grano:


Sabrás que ya rondas los cincuenta, supongo,

y que ni Moscú

ni mucho menos Madrid o Barcelona

o Salamanca, Oviedo u Oporto,

Lisboa o Roma,

Niza o S. Petersburgo

creen en las lágrimas;

sabiendo eso,

entiendo que la llamaras Alexandra,

que te exiliaras del exilio,

que fueras rematando corazones por las saunas,

celebrando aniversarios con Natasha,

haciéndote el soltero,

entiendo que la niña desconozca que tiene dos hermanos

y que siempre será española por muy imbéciles que sean sus padres;

entiendo que es más bonito el Chernobyl que el Teide

y que aunque no crezca escuchando a Sabina - como nosotros-

siempre podrá poner a Rozembaum o Vysotskiy

y soñar ser una princesa guache nacida a los pies de la señora negra

y mandarte, con toda la razón del mundo, a la puta mierda

por cobarde y pollafloja.


Tu marcha, lo reconozco, supuso una temporada de días claros,

un extraordinario antidepresivo,

mudanzas y hogueras de nueve estaciones consecutivas.

Tu marcha fue, al fin de cuentas, alegre e insignificante.


Ahora te presentas como al que han echado de alguna parte,

y todos parecemos hijos de tu madre

y somos unos huérfanos ladrones,

unos españoles artificiales que no comprendes cuando hablan.


Recuérdalo,

ya no tienes veinte años;

quizá te atormente la impotencia, la próstata(k),

quizá tengas que sentarte en el wáter,

pedir a Natasha que te frote la espalda,

hacer de abuelo sin que tus hijos sean padres,

recurrir a las lecturas y dejar los vicios,

pasear en tranvía o esperar que te saquen en coche de paseo…

y si algún día combates el orgullo,

la cobardía o la costumbre,

la incompetencia lingüística,

la chulería de los bares ochenteros,

el rencor, o el miedo, o como diablos lo llames

siempre te quedará divorciarte de nuevo

y que los poemas que sigan vayan firmados con tu nombre

pero en femenino.

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