Desde que empezó el verano
y pusimos 3 mil kilómetros de tierra y océano entre nosotros
volvemos a escribirnos tonterías,
tú me cuentas lo que haces por las tardes,
me describes trenes y estaciones,
madres de calle que te venden mundo por medio almuerzo,
versos enfermos que te persiguen por las calles,
algún proyecto cinematográfico de a penas dos minutos de alivio...
que necesitas unos zapatos nuevos y una ducha
y volver a la ciudad que peor me ha visto
y a dormirte por las aulas de la segunda mitad del siglo XX
mientras yo busco el puerto de la niebla en mis manos.
Recuerdas algún rostro patético que se ganó mi odio en su día,
algunos viajes a Grecia y a Plutón con Claudia,
las sombras que me alegraban las tardes en la casa los domingos
esa mesa del Alcaraván con Fran, Jorge y Pedro
entre Goethe, Becket y Arrabal respectivamente.
Me cuentas alguna impresión sobre esos versos malos,
y que a penas te quedan amigos,
dices no saber dónde dormir mañana
pero sí, al parecer, con quien,
que has recogido una guitarra en la basura
y no has sabido para qué llamar a tu madre tras dos meses,
que echas de menos piedra y gestos sin importancia,
alguna fiebre dominguera... misas profanas en el submarino.
Yo mientras, busco vuelos baratos.
Dejas caer que te entusiasma la isla y sus cloacas.
Respondes que en Guadalajara a mi pregunta de "dónde coño estás metido".
- No tardas mucho hasta Barajas, verdad? - pregunto.
Te callas mientras apunto el correo.
Desde luego adoro Ryanair por traerte a 11 euros a casa.
Me río y no me extrañaría
cuando preguntas: "¿Y si me estrello...?"
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