Un relato al que debo 2 minutos de vergüenza....
Por fin ha muerto.
Pobre papá.
Hoy es jueves, lástima, los jueves está prohibido salir a la calle, mirarse al espejo, comer yogur de fresa y pan tostado, y ponerse el corsé de Miss Susan. Papá ha muerto,
se ha ido a un lugar mejor, seguro, a un lugar donde no le moleste esta niña rara, esta lunática con cuarenta años de historial, esta sombra que conococen en Boswell Street como Polly.
Nunca he sido feliz. Me he leido la definición de esa palabra, incluso me la he aprendido: "Estado de animo que se complace en la poseción de un bien. Satisfacción, gusto, etc..
" pero nunca he sido capaz de poner en práctica dichas palabras. Poseer... nunca he tenido nada. No, mentira, lo he tenido todo, pero no de la forma que me hubiese gustado. Tener
es una palabra comleja. Llegar a tener es todo un abismo.
Auqnue a decir verdad he tenido dos grandes sueños. Si me oyese papá seguramente que se pondría rojo como un tomate y me gritaría que tuviese más clase y que me comportase como lo que era,
¡qué imbecil que era papá! pensaba que con cuerenta años todo quedaba reducido a la nada. Bueno, lo que decía, que siempre he tenido dos grandes sueños. El primero empapelar la cocina y el salón
con las cubiertas de Cumbres Borrascosas y, el segundo, comprar aquellas serpientes y ponerlas en lugar de la televisión.
Me he decidido. Además hoy, sabado, es un buen día. Se pueden lavar los platos con agua caliente, puedo ponerme el perfume de mamá y vestir la falda que compré el otro día en el anticuario.
También el sabado es un buen día para olvidar. Qué son cuarenta años. Si, es un día estupendo para olvidarme de él, "mi padre".
Camino por la oscura calle donde está la librería de Ghorik. Es un callejón oscuro y misterioso, no recuerdo su nombre, pero siempre ha estado presente en mis interminables paseos.
Ghorik es un encanto, creo que es el único que me entiende. Ya sabe lo que vengo a buscar. Aunque el jueves no pude salir, llamé a la librería a eso de las once menos cuarto de la noche,
y lo pronuncié, por fin esas palabras ahogadas en incontables años de silencio afloraron como un grito que rompe un mudo: - Mil ejemplares de Cumbras Borrascosas, porfavor...
Miércoles catorce. Día de lavar la ropa, ver la Dolche Vita por millonesima vez, escuchar el Ilucionista de Dani Elfman y sacar a pasear a Puf. Comienzo empapelando el rinconcito de los sillones
y la chimenes. Todo el recividor está lleno de cajas de libros, abro una y doy comienzo inconscientemente a dos semanas que tardaría mucho tiempo en olvidar. Al día sigueinte, jueves de nuevo,
despierto con un poco menos de deseos reprimidos y bajo a toda prisa a ver el salón. Me siento en el sofá y las cientas de rosas marchitas sobre el fondo negro de las cubiertas,
por una vez me hacen feliz, sobre el empolvado nombre de Emily Brontë. Luego, enciendo la televisión que ya había puesto en otro sitio, y oigo algo que me perturba y me emosiona,
por fin veia mi prisión llegada a a su fin. Eyjafjakullajokull, aquella complicada bestia de silabas, piedra, jotas, lava, hielo, kas y dobles eles había roto su sueño.
Había arrojado enormes cantidades de cenizas y lava causando el terror... una vez más, como en 1783 su camarada el Laki. No sé si esta erupsión durará tanto como la de Laki.
Los medios no informan sobre cuánto tiempo segirá en este estado, por otra parte los problemas de las compañías aereas y sus millones evaporados por culpa de un inoportuno volcán
islandes no me importan lo más mínimo.
Los jueves, domingos y lunes nunca salgo a la calle, ni abro las ventanas, ni me miro en el espejo, ni lavo los platos con agua caliente, ni me perfumo... Pero no puedo evitar pensar que
hoy es un día diferente. Hoy la historia flota en el cielo, hoy no hemos podido, pese a toda nuestaros poderes de siglo XXI, oponernos a la furia de la naturaleza, y cunde el pánico.
Decido abrir la ventana, las ventanas, y seguir empapelando la casa hasta que lleguen las serpientes a eso de las cuatro y cuarto. Decido cambiar a Dani Elfman por Katie Perry.
Ponerme el vestido antiguo de mi abuela y los zapatos franceses del anticuario. Y cuando lleguen las serpientes ponerlas en su sitio y salir a la calle desierta, con su cielo de manta vieja,
con su aire a calma y normalidad recuperada. Ese cielo que tal vez pregona una segunda Revolución, aunque en este caso ajena a Francia, o tal vez solo da rienda suela a su incontenible
espíritu de niño jugetón y las consecuencias que esto acarrea.
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