No quiso vestirse más 
de aquel color, 
para ella 
el azul había muerto.
Todo se escondía 
tras sus viejos párpados. 
Su desdentada mandíbula 
y sus secos labios 
no consiguieron recordar sus besas 
aquella mañana, 
ni el dolor 
de los siete partos estériles 
que había matado sus vidas.
Y aqella noche,
que ya alguien había llamado plateada...
subió a la silla de la despensa
vio palpitar el astro sin nombre
que siempre la había perseguido;
no oyo nada 
aunque quiso oir el silencio...
Se entregó a él, como si todo fuese entonces
la muerte 
que tanto había buscado.
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