miércoles, 23 de diciembre de 2009

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Subió la rampa
buscando el ventanal.

El ala del ave negra
batía sus sombras
sobre el hilo de la historia.

El último paso
lo detuvo al borde del precipicio.
El rostro alegre y tostado de Albert
apareció ante sus ojos.
La voz interior del mortal que había sido
calló.

Rodeó la tierra,
la esfera insomne
que llenaba el espacio.
Miró el destruido firmamento bajo sus pies,
la torturada bola azul
en la que nos habíamos borrado;
y sabiendo que el astro había estallado
completado ya su ciclo,
se dejó arrastrar
por la fuerza
de inmenso vacío que sentía
y en el que estaba.

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